(17 de noviembre, 2023). “Bienvenido hijo mío/ Bienvenido a la Máquina” (Pink Floyd)

Fernando Nunez-Noda, Director de Maquinamente

La actitud de la gente hacia la tecnología es paradójica, e injusta. Si no se piensa en ella, parece un regalo del cielo, un componente indispensable de la calidad de vida (la luz eléctrica, automóviles, los dispositivos conectados). Pero al darle un matiz moral la demonizamos y aquí los robots no se salvan. Le atribuimos una especie de vida paralela, generalmente encarnada en una máquina malévola que sonríe en la oscuridad.

Stanley Kubrick entendió muy bien este mito en un film legendario, 2001: una odisea espacial (1968) y dotó a HAL-9000, la computadora reflexiva y asesina, de un salón donde los pensamientos eran luces rojas que se encendía y apagaban. Cuando se le asocia una voluntad propia, la ciencia termina siendo un villano (el monstruo de Frankenstein o los replicantes de Blade Runner).

En el fondo esta tendencia revela que la tecnología es expresión directa de la voluntad humana. Es una extensión de nuestras propias capacidades físicas y mentales que evolucionan fuera del cuerpo. El reino animal nos lo muestra. El murciélago tiene un radar en su minúsculo cerebro, el ser humano lo construye y lanza satélites que hacen rebotar las ondas por todo el planeta. Al murciélago le toma millones de años, los humanos no tienen más remedio (guerras mundiales, ambición económica) que construirlo en apenas un siglo.

De acuerdo con esta lógica, un cerebro del tamaño de un balón de basquetbol podría esperarse dentro de cientos de años, pero actualmente no hay tiempo que perder y por eso hemos llegado a internet y sus 52.954 Gigabytes de tráfico por segundo, en todo el mundo, todo el tiempo.

La Fascinación Robótica

Hubo intentos en la antigüedad y eras más recientes. Los griegos antiguos ya habían soñado con autómatas, Leonardo Da Vinci diseñó uno en 1495 aunque, desafortunadamente, no pudo construirlo.

El primer antecedente de una computadora moderna fue la máquina analítica del británico Charles Babbage, a mediados del siglo XIX. Una mujer, Augusta Ada Byron hija del poeta Lord Byron, desarrolló el “software”. Ambos son pioneros en la moderna concepción de una máquina de cálculo automática.

Por esa época se inventó el telégrafo, la versión más minimalista de internet. Al principio con alambres y luego también por el aire. En 1889 el estadounidense Herman Hollerith construyó la primera computadora electromecánica: un sistema de tabulación con tarjetas perforadas que tuvo vigencia hasta mediados del siglo XX. La empresa de Hollerith, luego de fusionarse con otras, llegó a ser IBM.

En el siglo XX se cristalizó todo. El checoslovaco Karel Čapek usó por primera vez el término “robot” en una obra teatral. Se construyó ENIAC, la primera computadora electrónica, para el Ejército de EEUU. Más tarde Claude Shannon, un ingeniero de IT&T, desarrolló el “bit” como unidad de información digital compuesta exclusivamente de ceros y unos en incontables combinaciones.

El evento pivotal vino con Allan Turing, cuya experiencia fue llevada a la pantalla en el film The Imitation Game (2014) con Benedict Cumberbatch. En la tercera década del siglo XX Turing desarrolló las ciencias de la computación con metodologías y fórmulas para computar los números, de forma que produjesen resultados bajo hardware y software.

Turing llegó a preguntarse si los cerebros electrónicos podrían, algún día, ser inteligentes. Formuló su célebre «prueba de Turing», consistente en un «juego de imitación» por el cual la máquina «engaña» al participante y le hace pensar que sus respuestas las elabora un humano. Éste hacía preguntas directas y unívocas a dos dispositivos, uno automático y otro manejado por humanos. Quien participa de la prueba no sabe cuál es cuál.

Se prueba así hasta qué punto la máquina es capaz de responder sin que sea posible deducir si es una máquina o un humano.

Otro personaje interesante fue el matemático Norbert Wiener, quien publicó en 1948 el libro Cibernética en el que describe con las mismas ecuaciones a los seres vivos, a las máquinas y –en general- a los sistemas autorregulables.

Para la cibernética los procesos son informacionales. Wiener le dio primacía al concepto de “retroalimentación” ( feedback), que describe un ciclo de información. Una computadora no está viva, ni es inteligente, pero es un dispositivo autorregulable que recibe información del ambiente y modifica su conducta en consecuencia.

Los robots, pues, imitan la vida humana: son autorregulables, reciben, procesan y generan información, tienen ciclos de vida y, con la debida programación, alcanzan importantes niveles de inteligencia artificial y autonomía.

 

 

No todos los Robots son Creados Iguales

Los robots se agrupan en tres grandes categorías: los domésticos, los industriales y los humanoides. Uno siempre habla de robots como seres antropomórficos, tipo el monstruo de Frankenstein, o más cibernéticos como el Bicentennial Man, del film que protagonizó Robin Williams en 1999.

Pero los hay de muchos tipos. Alexa de Amazon o Google Home son asistentes automatizados, si se quiere buenos conversadores, pero no se desplazan o atenazan objetos. En Home Depot, por ejemplo, hay termostatos WiFi manejados desde apps en iOx y en Android. Los dispositivos están conectado 24×7 a la red y tienen direcciones propias, de forma que en segundos reciben y procesan nuestras instrucciones: subir o bajar temperatura, apagarse, etc. Igual con luces, puertas de garaje, lavaplatos, etc.

Son robot y minirobots domésticos, en nuestros propios hogares, con nuestros objetos cotidianos. Según Statista 23% de los hogares en EEUU. estarán bajo el segmento de “control y conectividad”, léase: robótica en la casa. Para 2023 se estima una penetración mayor de 50%.

Hasta Disney, tan alejado de la polémica tanto como pueda, muestra en Smart House de 1999 una casa con personalidad maternal que pronto comienza a tomar las cosas en sus propias manos y el resultado es un caos.

Es decir, siempre subyace el espíritu de Frankenstein o del Hermano Mayor de George Orwell: las preocupaciones como la invasión de la privacidad, el control gubernamental y la dependencia excesiva en lo automatizado. Y peor aún: hacking. Si alguien penetra en el sistema de control de una casa inteligente puede abrir puertas, inhabilitar alarmas y ni qué decir de un bromista que provoque desventuras a los pobres residentes.

Por los momentos lo peor que puede hacer mi tostadora es quemarme el pan (y no voluntariamente).

En el mundo industrial o científico, los robots “articulados” son aquellos que imitan extremidades y coyunturas humanas, pero no pueden desplazarse por sí solos. Casi siempre están fijos, para ensamblar automóviles o apoyar la exploración submarina; o bien sobre ruedas para explorar un planeta como Marte. Son poco habladores.

Los ‘cartesianos’ tienen extremidades con pinceles, cortadoras u otros adminículos que van en sentido de los ejes X, Y y Z. es decir, hacia arriba-abajo, derecha-izquierda o frente-atrás. Pueden combinarse con los anteriores e imitan los brazos y manos para diversas tareas de precisión. Por ejemplo, con cortadores y hojillas sirven para modelar objetos 3D.

Hay muchas otras variedades: SCARA, teleoperados (como los drones) o de ‘augmenting’ (manejados por los humanos como extensiones de brazos o manos, por ejemplo, para desactivar explosivos a distancia.)

En un artículo pasado comenté: “En EEUU. para 2030 cerca de la mitad de los trabajos [de manufactura y servicios] podría estar en las metálicas manos de autómatas y computadoras. Los expertos advierten que la sociedad tiene que tomar medidas urgentes y contundentes en áreas como la educación (código en las escuelas, por ejemplo); seguridad social, creación de empleos no amenazados por la automatización y aspectos éticos como, aunque no lo crea, las tres leyes de la robótica de Isaac Asimov.”

(Link a la segunda parte).

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Imagen: MM.

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